Domingo, 20 de mayo de 2012
CONVERSACIONES CON... Pepe Muñiz
El lazareto de Santana, rincón para leprosos
Este hospital de leprosos funcionó durante cinco siglos y aún se vieron sus restos al derribar el barrio
Maruja, de Valencia de Don Juan es la voluntaria más de veterana de la leprosería de Fontilles.
Fulgencio Fernández / León
En ese viejo almacén que acumula todo que son tanto la cabeza como la casa de Pepe Muñiz, nuestro bohemio de guardia, pueden aparecer los asuntos más diversos. Un día te lo encuentras y te hace un comentario tal que “es curioso que León haya sido una tierra con muchas leproserías, los lazaretos que les llamaban”. Y unos segundos después él mismo te ofrece la respuesta a la curiosidad: “Esta provincia siempre ha sido una tierra hospitalaria en todos los sentidos, llena de albergues y hospitales por toda la provincia... Como pasa el Camino de Santiago había mucho hospitalillo, pero las leproserías tenían que estar apartadas de los centros de población, rodeadas por un muro”.
Y pronto entra en materia para recordar que históricamente se abandonaba a su suerte a los enfermos de este ‘mal bíblico’, “después ya se les fue atendiendo en estas casa de acogida, los lazaretos”. Le recuerdo a Pepe Muñiz que el precisamente el Camino es una de las causas de la lepra, al menos así lo contaba el profesor Cordero del Campillo. “El Camino de Santiago no sólo fue un vehículo de transmisión de religión e ideas, también fue un cauce por el que se propagaron enfermedades y epidemias. Y entre ellas estaba la lepra, la viruela, la tuberculosis o la sífilis, todas ellas muy controladas en nuestros días. Por eso, había multitud de hospitales, muchos más que en cualquier otra vía de comunicación de la península en aquella época. Había varias leproserías, en León, Carrión (Palencia), Burgos... Estos lazaretos (lugar donde se aislaba a los leprosos) fueron medidas de medicina preventiva”.
La última de las leproserías o malatos existentes en León fue la del barrio de Santa Ana, entonces un viejo arrabal de la ciudad. “Era el llamado hospital de San Lázaro, más o menos enfrente de la iglesia existente en la actualidad, en pleno Camino de Santiago y cerca de Puente Castro. Parece que fue fundada en el siglo XII, en tiempos de Fernando II, y se proveía principalmente de limosnas, privilegios y alguna donación. A menudo tenían que salir del hospital los frailes y legos que lo atendían pidiendo caridad por la ciudad para atender a los enfermos”.
El lazareto de Santa Ana
Durante cinco siglos funcionó el lazareto leonés, hasta que “la falta de recursos, ya en el siglo XVII, y la disminución de los enfermos hizo que todos sus bienes y regalías pasaran a otros hospitales y sus posesiones fueron a manos de particulares en la famosa Desamortización de Mendizabal, ya en el XIX”.
Ya en los años 80 del pasado siglo se derribaron buena parte de las antiguas casas del barrio de Santana “y se pudieron ver aún restos de la entrada al lazareto por uno de los inmuebles, así como parte de una ermita y restos de su espadaña, pero en deplorables condiciones de suciedad y abandono, en otro de los lamentables y cercanos ejemplos de destrucción de nuestros vestigios históricos”, lamenta Pepe, al que uno de los temas que más le saca de quicio es el recuerdo de los edificios derribados del viejo León, “para ser sustituidos en muchos casos por otros de mucha menos calidad arquitectónica”.
Con la imagen de aquellos restos que entonces visitó y fotografió compone Muñiz el dibujo de lo que debió ser el último lazareto de la ciudad. “En sus últimos años la iglesia de San Lázaro ya estaba rodeada de altas edificaciones, pudiendo apreciarse parte de la espadaña de ladrillo y la cubierta de la iglesia al lado de una construcción adosada que debió ser el hospital de leprosos. Se sabe que en sus primitivos tiempos estaba rodeadode una extensa huerta donde cultivar hortalizas y tener árboles frutales para consumo propio. El agua se tomaba de las presas”.
Existe documentación de este antiguo lazareto, a través de ella se sabe que tenía una economía independiente y que en “el año 1639 se nombra administrador al mayordomo de la Iglesia de Santa Ana” y también existe un acta que da cuenta de un desgraciado accidente. “Se acordó elevar un muro de separación para una parte del lazareto y se le encargó la obra al maestro cantero Arsenio Fernández. Inesperadamente un lienzo del muro se desplomó y cogió debajo al cantero, resultando inútiles cuantos esfuerzos se hicieron para salvarle la vida. Fue enterrado al día siguiente al lado de la capilla del propio hospital”.
Juan ‘el cojo’ y el burro limosnero
En otro documento, en el que se da cuenta de la compra de parte de los terrenos para los leprosos de San Lázaro se especifica la ‘dieta’ que seguían y otras características de la vida en la leprosería: “Se les daba doble ración de pan, agua y tocino. Tenía el hospital un pollino con todos sus arreos y útiles, como alforjas, sacos y quilmas, para llevar a cabo las peticiones por la ciudad y sus arrabales. Para dar de comer al jumento se le dotaba de una carga y media de centeno y estaba al cuidado de un lego al que se llamaba el sacador”.
También se desprende de la lectura de los documentos existentes que en esta leprosería leonesa se preocupaban de los enfermos más allá de su salud y alimentación. “También había en el hospital gente encargada de darle calor y afecto a estos enfermos. Me figuro que eran voluntarios pues se hace mención a limosnas para entregar a la persona ‘que cuida a los pobres’ o al que ‘les lava las llagas’”. Incluso aparece la figura de uno de ellos, de nombre Juan. “Se dice de élque padecía una notable cojera, que se alojaba en el hospital y que se cuidaba de todos estos menesteres. Mucha vocación hay que tener, más bien ser un santo”.
Recluidos
También ha reunido el bueno de Pepe la documentación necesaria para reconstruir lo que podía ser la vida diaria en estos hospitales. “Al hospitalizarlos se les recluía en una habitación o casita aislada, solos, absolutamente solos, incluso para hacer la comida y la dormida. Únicamente desde lejos y casi a voces se podían comunicar unos con otros, pero cuando se quedaban sin sitio suficiente pues se amontonaban las camas y pasaban al hacinamiento. Era muy difícil encontrar voluntarios para lavarles las llagas, pero los había, verdaderos santos, como San Lázaro”, dice Pepe.
Enfermedad milenaria
Recuerda Pepe Muñiz como ya “hacia el año 2000 antes de Cristo ya se conocía la enfermedad en Egipto y a estos enfermos se les concedía el derecho a mendigar” y hacerlo de una manera muy singular: “Tenían que llevar una ropa que les distinguía y, además, unos cascabeles y campanillas para anunciar su presencia y evitar los peligros del contagio”.
También en la Biblia aparecen frecuentes citas a la lepray según estimaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS), hoy todavía padecen esta enfermedad unos 15 millones de personas en el Sudeste asiático (especialmente India), África, Centroamérica y Sudamérica. España no es ajena a esta enfermedad y los datos ofrecidos en el reciente Día Mundial contra la lepra se dan 15 ó 20 casos al año. Tan solo queda un hospital para leprosos en toda España, el de Fontilles, en Alicante, en el que están internados alrededor de medio millar de enfermos.
En ese viejo almacén que acumula todo que son tanto la cabeza como la casa de Pepe Muñiz, nuestro bohemio de guardia, pueden aparecer los asuntos más diversos. Un día te lo encuentras y te hace un comentario tal que “es curioso que León haya sido una tierra con muchas leproserías, los lazaretos que les llamaban”. Y unos segundos después él mismo te ofrece la respuesta a la curiosidad: “Esta provincia siempre ha sido una tierra hospitalaria en todos los sentidos, llena de albergues y hospitales por toda la provincia... Como pasa el Camino de Santiago había mucho hospitalillo, pero las leproserías tenían que estar apartadas de los centros de población, rodeadas por un muro”.
Y pronto entra en materia para recordar que históricamente se abandonaba a su suerte a los enfermos de este ‘mal bíblico’, “después ya se les fue atendiendo en estas casa de acogida, los lazaretos”. Le recuerdo a Pepe Muñiz que el precisamente el Camino es una de las causas de la lepra, al menos así lo contaba el profesor Cordero del Campillo. “El Camino de Santiago no sólo fue un vehículo de transmisión de religión e ideas, también fue un cauce por el que se propagaron enfermedades y epidemias. Y entre ellas estaba la lepra, la viruela, la tuberculosis o la sífilis, todas ellas muy controladas en nuestros días. Por eso, había multitud de hospitales, muchos más que en cualquier otra vía de comunicación de la península en aquella época. Había varias leproserías, en León, Carrión (Palencia), Burgos... Estos lazaretos (lugar donde se aislaba a los leprosos) fueron medidas de medicina preventiva”.
La última de las leproserías o malatos existentes en León fue la del barrio de Santa Ana, entonces un viejo arrabal de la ciudad. “Era el llamado hospital de San Lázaro, más o menos enfrente de la iglesia existente en la actualidad, en pleno Camino de Santiago y cerca de Puente Castro. Parece que fue fundada en el siglo XII, en tiempos de Fernando II, y se proveía principalmente de limosnas, privilegios y alguna donación. A menudo tenían que salir del hospital los frailes y legos que lo atendían pidiendo caridad por la ciudad para atender a los enfermos”.
El lazareto de Santa Ana
Durante cinco siglos funcionó el lazareto leonés, hasta que “la falta de recursos, ya en el siglo XVII, y la disminución de los enfermos hizo que todos sus bienes y regalías pasaran a otros hospitales y sus posesiones fueron a manos de particulares en la famosa Desamortización de Mendizabal, ya en el XIX”.
Ya en los años 80 del pasado siglo se derribaron buena parte de las antiguas casas del barrio de Santana “y se pudieron ver aún restos de la entrada al lazareto por uno de los inmuebles, así como parte de una ermita y restos de su espadaña, pero en deplorables condiciones de suciedad y abandono, en otro de los lamentables y cercanos ejemplos de destrucción de nuestros vestigios históricos”, lamenta Pepe, al que uno de los temas que más le saca de quicio es el recuerdo de los edificios derribados del viejo León, “para ser sustituidos en muchos casos por otros de mucha menos calidad arquitectónica”.
Con la imagen de aquellos restos que entonces visitó y fotografió compone Muñiz el dibujo de lo que debió ser el último lazareto de la ciudad. “En sus últimos años la iglesia de San Lázaro ya estaba rodeada de altas edificaciones, pudiendo apreciarse parte de la espadaña de ladrillo y la cubierta de la iglesia al lado de una construcción adosada que debió ser el hospital de leprosos. Se sabe que en sus primitivos tiempos estaba rodeadode una extensa huerta donde cultivar hortalizas y tener árboles frutales para consumo propio. El agua se tomaba de las presas”.
Existe documentación de este antiguo lazareto, a través de ella se sabe que tenía una economía independiente y que en “el año 1639 se nombra administrador al mayordomo de la Iglesia de Santa Ana” y también existe un acta que da cuenta de un desgraciado accidente. “Se acordó elevar un muro de separación para una parte del lazareto y se le encargó la obra al maestro cantero Arsenio Fernández. Inesperadamente un lienzo del muro se desplomó y cogió debajo al cantero, resultando inútiles cuantos esfuerzos se hicieron para salvarle la vida. Fue enterrado al día siguiente al lado de la capilla del propio hospital”.
Juan ‘el cojo’ y el burro limosnero
En otro documento, en el que se da cuenta de la compra de parte de los terrenos para los leprosos de San Lázaro se especifica la ‘dieta’ que seguían y otras características de la vida en la leprosería: “Se les daba doble ración de pan, agua y tocino. Tenía el hospital un pollino con todos sus arreos y útiles, como alforjas, sacos y quilmas, para llevar a cabo las peticiones por la ciudad y sus arrabales. Para dar de comer al jumento se le dotaba de una carga y media de centeno y estaba al cuidado de un lego al que se llamaba el sacador”.
También se desprende de la lectura de los documentos existentes que en esta leprosería leonesa se preocupaban de los enfermos más allá de su salud y alimentación. “También había en el hospital gente encargada de darle calor y afecto a estos enfermos. Me figuro que eran voluntarios pues se hace mención a limosnas para entregar a la persona ‘que cuida a los pobres’ o al que ‘les lava las llagas’”. Incluso aparece la figura de uno de ellos, de nombre Juan. “Se dice de élque padecía una notable cojera, que se alojaba en el hospital y que se cuidaba de todos estos menesteres. Mucha vocación hay que tener, más bien ser un santo”.
Recluidos
También ha reunido el bueno de Pepe la documentación necesaria para reconstruir lo que podía ser la vida diaria en estos hospitales. “Al hospitalizarlos se les recluía en una habitación o casita aislada, solos, absolutamente solos, incluso para hacer la comida y la dormida. Únicamente desde lejos y casi a voces se podían comunicar unos con otros, pero cuando se quedaban sin sitio suficiente pues se amontonaban las camas y pasaban al hacinamiento. Era muy difícil encontrar voluntarios para lavarles las llagas, pero los había, verdaderos santos, como San Lázaro”, dice Pepe.
Enfermedad milenaria
Recuerda Pepe Muñiz como ya “hacia el año 2000 antes de Cristo ya se conocía la enfermedad en Egipto y a estos enfermos se les concedía el derecho a mendigar” y hacerlo de una manera muy singular: “Tenían que llevar una ropa que les distinguía y, además, unos cascabeles y campanillas para anunciar su presencia y evitar los peligros del contagio”.
También en la Biblia aparecen frecuentes citas a la lepray según estimaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS), hoy todavía padecen esta enfermedad unos 15 millones de personas en el Sudeste asiático (especialmente India), África, Centroamérica y Sudamérica. España no es ajena a esta enfermedad y los datos ofrecidos en el reciente Día Mundial contra la lepra se dan 15 ó 20 casos al año. Tan solo queda un hospital para leprosos en toda España, el de Fontilles, en Alicante, en el que están internados alrededor de medio millar de enfermos.
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